Una performance donde la lucha es el engranaje central. Con el pretexto de un combate brutal, su intención primera es retar al público contra el performer. El boxeador, con seudónimo Armando Buya, desafiará a todos los presentes a subir al ring. Cualquiera con ganas de jaleo podrá demostrar su valentia.
Por unos minutos se alterará el estado natural de la galería, para transformarla en un espacio más cercano al suburbio; música estridente, gente gritando, puñetazos, sudor... Un acto en que se dignifica la belleza del Boxeo y se cuestiona el discurso artístico.
Más allá del deporte, la figura del boxeador es un individuo violento de técnica brutal, apreciado por los que apuestan dinero en ello. En esta ocasión el espectáculo “artístico” acredita la bofetada y cultiva el instinto feroz del hombre, es la lucha en pro del entretenimiento.
Una pelea puede parecer absurda en una sociedad desarrollada como la nuestra, donde los mínimos de subsistencia están cubiertos. En nuestro mundo, el ser humano no lucha a no ser necesario, a esto le llamamos el “Barniz de la Cultura”. En otros contextos puede que los papeles se vean invertidos. Si el dinero puede justificar la violencia, o el hambre justifica el instinto primitivo de supervivencia, podemos pensar que en estos entornos el arte resulta un absurdo e inútil en su función.
Esta performance pretende ser una mirada hacia el futuro. Ultimamente hemos sido testigos de una serie de acontecimientos represivos mediante la violencia y aparentemente justificados.
En este punto cabe preguntarnos; ¿nuestra conducta “civilizada” puede verse alterada por tales incidentes?